Corría el 2013 cuando tres ex compañeros de la Facultad de Arquitectura de Córdoba, Gabriela Jagodnik, Marco Ferrari y Ramiro Veiga, se reunieron en un improvisado coworking en la calle Montevideo.
No eran "súper colegas ni amigazos", como confiesa uno de ellos en un mano a mano con InfoNegocios, pero la vida –y un puñado de proyectos independientes– los unió en una apuesta que hoy, doce años después, ha mutado a un estudio internacional con más de 40 empleados, presencia en 16 países y un portafolio de más de 500 proyectos entre arquitectura, interiorismo y branding.
Una gran familia: parte del equipo de Estudio Montevideo.
"Gaby y Rami ya venían trabajando juntos en proyectos, yo también tenía un par de cosas, principalmente casas y dijimos, ¿por qué no nos juntamos en algún lugar a compartir? Básicamente, ese fue el origen: compartir", relata Ramiro.
El nombre "Estudio Montevideo" surgió de la misma calle: "Esta calle tiene una presencia muy grande. Habíamos tenido un estudio de producción gráfica con Rami también sobre la calle Montevideo unos años antes un poco destino, un poco la palabra fuerte de cinco sílabas y ponerla estudio delante, nos gustó".
Rechazaron los típicos acrónimos con iniciales de los socios –"queríamos que sea algo más impersonal, que realmente sea un estudio, un conjunto de personas que viva con o sin nosotros"–, apostando por una marca que trascendiera egos y apellidos, más cerca de una empresa que de un "taller de artista".
El origen de este éxito radica en su aproximación “poco ortodoxa”: no arrancaron diseñando casas ni housings ni edificios, sino cosas más “mundanas” como verdulerías, carnicerías… pequeños locales de emprendedores que querían destacarse en su zona y que veían en estos tres arquitectos el puente entre el sueño y la realidad.
Así, arrancaron con su primer obra, El Mercadillo, ubicado en Rondeau al 411, quienes apostaron a la visión del por aquel entonces flamante Estudio Montevideo, selló que les valió el reconocimiento en la ciudad por su impronta en la ejecución del proyecto, tal es así que hace unos años volvieron a su “primera creación” para un nuevo rediseño.
El Mercadillo, el primer sello como estudio, allá por 2013.
"Hemos hecho una carnicería, verdulería, dietética, librería, almacén [...] un quiosco. Cosas que a nadie se le ocurriría pedirle a un diseñador", recuerdan con una risa. Ese enfoque en lo cotidiano, pero con un "hilo conductor" de conceptos y branding, fue clave. No se trataba solo de decorar: "Buscamos transformar e inspirar a quienes entran en un proyecto, contar historias, encontrarle el alma a los proyectos". Y siempre con el cliente en mente: "Somos parte activa del negocio, buscamos que inviertan para que nosotros hagamos lo mejor para que ellos vendan más", sostiene Gabriela.
Llegaron los galardones y la internacionalización
Otro hito fue la refuncionalización de Convento en 2019, un antiguo convento en Güemes convertido en galería gastronómica. Lo que parecía un simple trabajo más terminó siendo una joya arquitectónica en la ciudad, mientras uno de los socios compraba en un supermercado, recibió una llamada en francés: habían ganado el Prix de Versailles de la UNESCO en la categoría de recuperación de patrimonio para centros comerciales. "Me decía que habíamos ganado un premio en Versalles no entendía qué me decían. Pensé que era una estafa", bromea Jagodnik. Ese reconocimiento los llevó a París y abrió puertas en México, donde ahora, seis años después, vuelven a dar charlas, en lo que fue la XIV Bienal de Arquitectura de Chiapas.
La segunda intervención que hicieron en El Mercadillo, reafirmando que saben como "renovarle el alma" a sus proyectos.
El gran salto
Si bien con los años fueron ganando terreno, con cliente como Quade quienes los eleigieron para el diseño de sus librerías, la pandemia los llevó a la antesala de lo que sería la formalización ya no de un estudio pequeño, sino de una empresa que no vende metros cuadrados, sino una historia de cada lugar que diseñan.
No solo locales: también han dejado huella en desarrollos inmobiliarios como Blok.
Fue en pleno aislamiento cuando recibieron el encargo de Central Club, un "edificio completo" con pádel, gimnasio, spa y oficinas en una esquina vacía de cerca del CPC Monseñor Pablo Cabrera: "Era un club de barrio, pero de superbuena calidad [...] un objeto en la ciudad". Ese proyecto, diseñado de cero durante el confinamiento, incorporó importaciones de China y Europa y los obligó a pulir procesos remotos –"aprendimos a mandar reuniones por Meet"–. Paradójicamente, cuando llegó la ola de home office global, ellos ya estaban listos: "Al día siguiente estábamos operativos como si nada hubiese sucedido".
De ahí, todo fue para arriba: proyectos corporativos como la terraza de Mercado Libre, el diseño de las oficinas de Despegar, la elección de Proaco para dar vida a "Once Once", un desarrollo masivo que se lanza este año, Guarida en Güemes, Che Mono, Barilatte, son el sello de calidad este estudio cordobés que no solo explaya el alma de cada lugar, sino que hoy lleva esta filosofía de diseño en sus sede de Córdoba (dos), Buenos Aires, Madrid y Florida, habiendo dejado huella en en 29 ciudades.
Che Mono, una de las últimas "joyitas" del estudio.
Con 42 personas repartidas entre Córdoba y Buenos Aires (con Marco en España para potenciar el negocio internacional) Estudio Montevideo hace rato dejó la calle homónima para llevar su concepto a cada rincón del mundo, sin perder los valores y las raíces que hicieron que este concepto exista. "Pensarlo como un estudio y no como un taller, apostar a los procesos", es su mantra.
Tu opinión enriquece este artículo: