En Argentina hay más de 20.000 apicultores. El país se ubica entre los principales productores y exportadores de miel del mundo (compitiendo año a año por el segundo o tercer puesto global) y cuenta con una calidad de producto reconocida internacionalmente. Sin embargo, el sector sigue trabajando por un desarrollo más sustentable y rentable.
Para entender el panorama, conversamos con Teresa Oyhamburu, ingeniera y directora de programas del Consejo Federal de Inversiones (CFI), quien lidera iniciativas de desarrollo apícola a nivel federal.
“Argentina tiene todo para crecer: calidad, diversidad, ambientes sanos y productores formados. Pero aún exportamos mayormente como commodity, sin fraccionamiento ni diferenciación”, señala.
Entre las oportunidades más claras del sector, Oyhamburu destaca la posibilidad de diferenciar mieles según origen, calidad y método de producción: “Miel de limón tucumana, miel de monte santiagueña, miel orgánica del Chaco. Hay variedades con características únicas que pueden valer entre 10 y 20 veces más si se comercializan de forma fraccionada y con trazabilidad completa”.
Argentina exporta entre 70.000 y 75.000 toneladas anuales, pero en la mayoría de los casos el producto se vende a granel y luego es fraccionado en destino (como EE.UU. o Europa), perdiendo así su identidad de origen y buena parte del valor agregado.
Aunque el 75% de la producción apícola se concentra en la “zona núcleo” (que incluye Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y parte de Córdoba) en todas las provincias hay actividad apícola. Según explica la directora, el norte cordobés tiene un potencial enorme para el desarrollo de mieles orgánicas, especialmente si se consolidan prácticas sustentables y se fortalece el fraccionamiento local.
Incluso, menciona una novedad que vale resaltar: el programa alimentario escolar de Córdoba empezó a incluir un frasco de miel en la caja mensual para alumnos, como una forma de fomentar el consumo y difundir sus propiedades nutricionales.
Los desafíos: agroquímicos, desinformación y falta de inversión
La expansión agrícola, el uso intensivo de agroquímicos y el monocultivo han desplazado colmenas y reducido biodiversidad. “No se trata de dejar de producir, sino de hacerlo distinto: la apicultura puede ser una gran aliada de la sustentabilidad”, explica Oyhamburu.
Además, destaca que hay poca profesionalización del negocio, y que faltan apicultores jóvenes. Por eso desde el CFI impulsan encuentros federales, capacitaciones técnicas y programas de innovación para que más personas se sumen al rubro.
“Es una actividad hermosa, con una barrera de entrada muy baja. Muchos jóvenes podrían iniciarse en esto como segunda actividad y luego crecer. Hasta cooperativas de chicos desempleados lograron desarrollar productos con valor científico y comercial”, afirma.
Lejos de una imagen rústica, la apicultura actual incluye inteligencia artificial, sensores para monitoreo de enfermedades, apps para alertas de fumigación, e incluso simuladores para elegir el mejor terreno.
Según la especialista el futuro del sector está en construir una nueva narrativa: la apicultura no solo produce miel, sino servicios ecosistémicos, polinización, productos medicinales y alimentos funcionales. Actualmente, el consumo interno es aún bajo (alrededor de 250 gramos por persona al año), pero hay espacio para crecer si se posiciona con valor.
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