Decimos que faltan perfiles… pero ¿les damos su primera oportunidad?

(Por Julieta Liria) Las pasantías educativas siguen siendo una deuda pendiente entre escuelas y empresas. Mientras los estudiantes buscan experiencias significativas, muchas veces se topan con tareas menores y pocas oportunidades reales de aprendizaje.

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En mi rol como orientadora vocacional, veo dos realidades muy distintas. Por un lado, chicos que atraviesan la pasantía únicamente para “cumplir” con el requisito escolar. Por otro lado, quienes esperan vivir una experiencia que los acerque a su realidad o a sus deseos laborales. Sin embargo, muchas veces, por no existir una red o un puente sólido entre escuelas y empresas, terminan recurriendo a las pocas posibilidades disponibles: lugares que se predisponen a recibirlos, pero que no siempre logran ofrecerles un aprendizaje significativo.

No son pocos los que me comparten que no pudieron hacer mucho, que sus tareas se limitaron a servir café, fotocopiar o cargar datos. Y lo entiendo: tiene que ver con el tiempo y el personal que la empresa dispone para acompañarlos. Pero entonces me pregunto —y creo que deberíamos preguntarnos todos—: ¿cómo esperamos descubrir y formar talento si la vivencia que les damos es prácticamente nula? 

Las pasantías educativas no rentadas son una propuesta obligatoria según la normativa vigente en nuestro país. Según la ley, los estudiantes pueden realizarlas por un mínimo de 2 meses y hasta 6 meses, con una carga máxima de 20 horas semanales, pudiendo extenderse hasta 12 meses si se firma un nuevo convenio individual.

Lo que veo hoy en las pasantías 

Con la llegada del actual gobierno y los cambios que trajo el Decreto de Necesidad y Urgencia 70/2023, se habla mucho de ajustes y modificaciones. No voy a entrar en tecnicismos, pero sí en lo que observo: este año, varios docentes me contaron que les costó más que otros años conseguir lugares para que sus estudiantes hagan pasantías. Algunos convenios se demoran, otros no se firman, y a veces los chicos directamente se quedan sin su primera experiencia laboral. 

A esto se suma otra cuestión: no todos los colegios llevan a sus estudiantes a las jornadas de “puertas abiertas” que organizan las universidades en Córdoba. Y entre no tener una buena experiencia práctica y no poder habitar los espacios académicos donde circulan los futuros estudiantes, la toma de decisiones se vuelve más difícil.

Por eso, en mis procesos insisto mucho en que aprovechen y elijan lo que más les guste, o que incluso ellos mismos intenten generar puentes entre escuela y empresa, firmando un convenio si no existe. Lo mismo con las puertas abiertas: si el colegio no los lleva, que vayan por su cuenta. Son dos experiencias que, aunque parezcan pequeñas, pueden marcar una gran diferencia en esa etapa. 

Lo que me sorprende es escuchar a empresarios decir que “no encuentran recursos” o que “la gente no quiere trabajar”, pero al mismo tiempo no abrir espacios para recibir pasantes. ¿Cómo vamos a desarrollar perfiles locales si no brindamos la primera oportunidad? Estas prácticas no tienen que ser perfectas, pero sí reales. Para un joven, aprender qué se hace en una administración, en una fábrica o en un comercio local puede ser revelador. Puede ser el primer paso hacia su vocación, su propósito o su identidad profesional. Eso no se enseña solo en el aula.

Muchas veces, por falta de oportunidades cercanas a su interés, los chicos terminan haciendo pasantías en lugares que no tienen nada que ver con lo que quieren hacer. No es por falta de ganas, sino porque no se les permite elegir. Y esas experiencias, lejos de orientar, los confunden o desmotivan.

Tejamos más puentes 

No hace falta crear grandes estructuras ni esperar soluciones perfectas. A veces alcanza con abrir una puerta, ofrecer un espacio, tener la disposición. O simplemente animarse a decir: “Sí, podés venir a probar acá”.

Ojalá estas palabras sirvan para que algo se mueva. Para que algún empresario, alguna institución, algún colegio, piense distinto. Porque cuando una oportunidad aparece a tiempo, puede cambiarlo todo. 

Sobre la autora

Julieta Liria es Licenciada en Educación y está finalizando su Maestría en Recursos Humanos. Desde su ciudad natal, Río Tercero, fundó FIKA, un espacio que combina la orientación vocacional con el asesoramiento laboral y la consultoría en gestión de personas. Su experiencia abarca tanto el acompañamiento a jóvenes en la elección de su carrera como la colaboración con empresas en la búsqueda y selección de talento. Cree profundamente en el poder de las oportunidades a tiempo: “No todos los días se encuentra un joven con ganas de aprender… y no todos los días una empresa decide abrir sus puertas”.

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