Lo que empezó como un regalo de cumpleaños terminó transformándose, con los años, en una marca de autor que hoy es sinónimo de elegancia y detalle en el mundo de las bodas. Hace más de dos décadas, Cristina Rapp, una odontóloga cordobesa, decidió probar suerte con la bijouterie, sin imaginar que aquel collar improvisado para una amiga sería el primer paso de un camino profesional completamente distinto.
“Compré un par de piezas, armé un collar, me gustó cómo quedó, a mi marido —en ese momento mi novio— también. Él vendía cintos de cuero en negocios de Córdoba, así que empecé a hacer algunos accesorios para vender junto con él”, recuerda Rapp.
Así nació su segundo oficio, casi como un juego. Pero con el tiempo, fue ganándole espacio —y horas— a su trabajo en el consultorio de barrio Urca. Durante ocho años ejerció la odontología, incluso dio clases en la universidad. Pero cada vez que podía, se dedicaba a lo que de verdad le apasionaba: diseñar y crear.
Dejar la profesión no fue una decisión sencilla ni repentina. “Uno crece con mandatos: si no estudias, ¿Qué vas a hacer de tu vida? Cuando le conté a mi mamá que dejaba la odontología, mucho no le gustó”, reconoce. Sin embargo, con el tiempo, su familia entendió que ese universo de aros, tocados, perlas, piedras y flores era algo más que un hobby: era su lugar en el mundo.
La artista de los días únicos
Cristina Rapp es hoy una referente indiscutida en el universo de las novias cordobesas. También la eligen desde otras provincias y no es raro que una producción de moda o una figura conocida luzca alguna de sus piezas. Diseñó para Florencia Medina, Paola Medina, colaboró con las colecciones de Natalia Jiménez y sus escarapelas llegaron incluso a la Vicegobernadora.
Su incursión en el segmento de accesorios de alta costura comenzó de la mano de una diseñadora local, que la invitó a su atelier para trabajar junto a cada novia. Así se metió de lleno en el mundo de los tocados, apliques para el pelo y piezas exclusivas.
“Era todo creatividad, no había Internet. Compraba los insumos en Buenos Aires, me dejaba llevar por lo que sentía y por lo que veía en cada clienta”, cuenta Rapp.
El proceso de diseño arranca con una entrevista: se habla del vestido, del peinado, de los estilos posibles. “Según eso, propongo materiales, técnicas, modelos. Hago un boceto, les mando fotos, y vamos ajustando juntas. Cada diseño lleva horas de trabajo y varios días hasta que llegamos a una muestra. Recién después de probar, lo terminamos”.
La clave: el servicio personalizado
El diferencial del negocio de Cristina Rapp no es solo el resultado final. Es la experiencia de creación compartida con cada novia. “Me eligen porque saben lo que hago, me conocen por redes, por una amiga, por una prima. El 95 % de las clientas llegan por recomendación”, señala.
Cada pieza es hecha a mano y pensada para una persona única, en un momento único. “Las novias quieren sentirse irrepetibles. Y yo les ofrezco un servicio personalizado, adaptado a lo que necesitan y sueñan. Trabajo con ellas el tamaño, los colores, la forma. Las asesoro desde la experiencia”.
En términos de precios, los tocados arrancan en los 120 mil pesos. Los apliques más pequeños oscilan entre los 38 y 42 mil, pero cada presupuesto se arma según el diseño, el tamaño y los materiales elegidos. “No tengo lista de precios. Nada está estandarizado. Todo es exclusivo”.
Vivir del arte sin fórmulas
Si hay un secreto detrás del éxito, está en la pasión. “Esto es un lujo: poder vivir de lo que me apasiona. Puedo pasar horas diseñando y no me canso. Le pongo todo, porque es lo que amo hacer. No lo aprendí en ningún lado, es vocación y oficio”, asegura la artista.
A la hora de definir su trabajo, Rapp no duda: es arte. Y como todo arte, está ligado a resultados irrepetibles. “Trabajo con emociones, con historias. Convivís con festejos únicos, con esa ilusión que tienen las novias, y eso se siente en cada pieza”.
Con un taller que combina herramientas, bocetos, cintas y piedras, su emprendimiento ya dejó de ser un proyecto personal para convertirse en una marca con identidad propia. ¿Qué viene en el futuro? “Quiero seguir creando mientras la vida me lo permita. Pero también quiero enseñar. Me lo piden mucho y me gustaría hacerlo bien: dar cursos, transmitir lo que sé, con tiempo y estructura. Hacer lo mío y compartirlo”, concluye.
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