Todo nació casi de manera espontánea: una charla, una inquietud y el deseo compartido de acompañar esa etapa crítica que es la primera infancia. “Nos preguntábamos qué pasa con los bebés que viven en departamentos en la ciudad, que no van a la guardería y no tienen espacios de encuentro”, cuentan las creadoras del proyecto. Así surgió Tribu de Juegos: un espacio cuidado y guiado por psicomotricistas, pero lejos de la lógica terapéutica. “No venimos a rehabilitar, sino a promover el desarrollo saludable”, explican.
Los encuentros son semanales y se desarrollan en grupos reducidos (entre 6 y 8 bebés) para garantizar la cercanía y el acompañamiento personalizado. Cada ciclo tiene cuatro encuentros mensuales en los que los peques (de entre 8 y 24 meses) llegan con sus adultos, se sacan las zapatillas y se disponen a explorar un “escenario lúdico” preparado con materiales seguros, texturas, cubos, encastres y objetos cotidianos.
No hay consignas ni tareas, sino una invitación al descubrimiento libre, donde incluso los adultos aprenden a soltar el control: “A veces tenemos que decirle al papá o la mamá que no se meta, que lo deje jugar, que explore”.
Actualmente, Tribu de Juegos funciona en dos espacios: Casa Mariposa (barrio General Paz) y Casa Ventana (barrio Jardín). Los grupos se renuevan mensualmente y quienes deseen sumarse pueden hacerlo completando un formulario previo.
Pero Tribu de Juegos no es solo un espacio para bebés: también lo es para las familias. Las charlas espontáneas entre mamás se vuelven tan importantes como los juegos de los chicos. “Se arman conversaciones súper sensibles —cuentan—, de esas que te atraviesan. Nos pasa que terminamos todas llorando, porque se comparte lo que nadie dice: las angustias, los miedos, el cansancio, la exigencia”. En esos intercambios aparecen temas tan profundos como la angustia de separación, el regreso al trabajo o la presión social sobre cómo “debería” criarse un hijo.
Las psicomotricistas también observan cómo cambió la crianza en los últimos años: “Hoy los padres están llenos de información, pero no siempre saben cómo usarla. Se mezcla lo que dice internet, lo que muestran las redes, lo Montessori, lo que hace el otro… y a veces eso genera más culpa que guía”. En los encuentros, se busca alivianar esa carga: mostrar que no pasa nada si un bebé tira un cubo, si todavía usa pañales o si no sigue los tiempos “de manual”. Cada pequeño tiene su ritmo y eso, dicen, “también es salud”.
La propuesta, que empezó como un experimento, hoy está a sala llena. Los cupos se agotan rápido y ya hay familias en lista de espera. “Es una locura la repercusión que tuvo. Y eso que lo hacemos mientras seguimos con nuestros otros trabajos. El sueño sería poder dedicarnos 100% a esto”, confiesan. El clima íntimo también se cuida: aunque a veces podrían abrir más cupos, prefieren sostener grupos pequeños para mantener la confianza y el vínculo entre quienes comparten el ciclo.
“Una hora por semana parece poco, pero para muchas familias es muchísimo. Preparar al bebé, salir de casa, llegar, jugar, volver… todo eso es un acto de amor. Y cuando después nos cuentan que replican lo aprendido en casa, sentimos que vale la pena”, cuentan las fundadoras.
¿Proyectos de Tribu? Obvio que hay. Las creadoras sueñan con ampliar la propuesta a nuevas zonas de Córdoba, sumar talleres para otras edades y seguir promoviendo una crianza más humana, menos acelerada. “Nosotras siempre decimos que los verdaderos protagonistas son los peques. Ellos hacen el taller. Nosotras solo les damos el espacio y los materiales para que aparezca lo más importante: el placer de jugar”.
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