Lucas Mihaich y Franco Paolini, socios y amigos de toda la vida, decidieron hace una década dar un salto de fe y emprender. Lo que empezó como una necesidad de independencia laboral terminó siendo una de las esquinas más queridas por los bellvillenses: La Panadería. Un espacio que nació casi sin querer como panadería, y se fue transformando en bar, cafetería, punto de encuentro y casa de medialunas memorables.
"Siempre tuvimos espíritu emprendedor. Queríamos hacer algo nuestro y justo se dio la oportunidad de ese local, en esa esquina. Dijimos: “pongamos una panadería y de a poco fuimos sumando mesas, café, bar. Sin darnos cuenta, ya teníamos un nuevo concepto en marcha", cuenta Lucas, repasando esos primeros pasos que marcaron un camino sin guión, pero con mucho empuje.
La medialuna fue el primer gran acierto: una receta comprada en Buenos Aires que conquistó rápidamente al público. A partir de ahí, sumaron variedad en repostería, sandwichería y pizzas, siempre con un objetivo claro: ofrecer productos de calidad. "No nos especializamos en algo puntual, buscamos que todo lo que ofrecemos sea bien aceptado", aclara.
La historia de Lucas y Franco es también la de una amistad sólida, nacida en la infancia y fortalecida por el trabajo diario. "Nos conocemos desde el primario. Trabajar con un amigo es fácil si compartís valores y objetivos. Si uno quiere hacer algo, el otro acompaña sin poner trabas. Siempre priorizamos el bien común del negocio", afirma.
“Como todo emprendimiento, hubo momentos difíciles: la pandemia, los cambios del contexto económico, incluso un robo. Pero también hubo aprendizajes, oportunidades y un vínculo con la comunidad que se fortaleció con los años. "Nos gusta ver familias enteras cenando, amigos tomando café o viendo un partido, chicos que salen de la escuela. Ese es nuestro público: variado, cercano y fiel", dice Lucas con orgullo.
Hoy, con una década recorrida, La Panadería se consolida como un clásico de Bell Ville, con ganas de seguir creciendo.
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