“No alcanzaba con la fascinación por la biotecnología; había que pensar en escalabilidad, logística, certificaciones y, sobre todo, en clientes dispuestos a acompañar el proceso”, sintetiza Pañella. Ese enfoque transformó el micelio de curiosidad científica a producto comercial viable.
Hoy Mosh abastece a marcas y startups de cosmética, vinos, moda y suplementos que buscan diferenciarse por sustentabilidad, y desarrolla pilotos con grandes empresas. También registra interés inicial desde Europa y Estados Unidos, mercados donde el consumidor está más familiarizado con biomateriales.
A diferencia de muchos bioplásticos —que suelen depender en parte de recursos fósiles y requieren instalaciones industriales para su tratamiento—, el micelio se reintegra al suelo y permite fabricar volumetrías que el plástico no reproduce (como las estructuras tipo telgopor).
Mosh incorpora además desechos agrícolas locales como insumo, cerrando un ciclo productivo con impacto positivo sobre el suelo.
Aunque hoy el micelio es más caro que el plástico convencional por falta de escala, ya resulta competitivo en nichos de alto valor (cosmética de autor, regalos empresariales, press kits).
Para Pañella, el valor del packaging es tanto reputacional como ambiental: “un packaging sustentable hoy puede convertirse en un verdadero diferencial de marca”.
En Argentina, el marco regulatorio y la infraestructura para biomateriales aún están en desarrollo. Mosh avanza en certificaciones de compostabilidad y huella de carbono para ganar confianza y acceder a mercados internacionales.
La visión a futuro es ambiciosa: pasar de sustituir plásticos a desarrollar materiales regenerativos que aporten nutrientes al suelo, posicionando a Latinoamérica como actor clave articulando ciencia, diseño e industria.