Hace pocos días tuve la oportunidad de visitar el Instituto para el Aprendizaje a lo Largo de la Vida de la UNESCO en Hamburgo (UIL) como también el Parlamento de Hamburgo. Estas experiencias recientes me recordaron una vez más el significativo vínculo que existe entre las relaciones internacionales y el campo educativo. Si toda educación es política, toda relación internacional es formativa. El aprendizaje y la enseñanza están inmersos en sociedades, culturas, economías y sistemas políticos. No ocurren descontextualizados, están normados, reglados y organizados. Esta programación de la educación inicial, continua y a lo largo de la vida forma parte del compromiso ineludible que mantienen los Estados con sus sociedades y comunidades. El comportamiento de los Estados en el sistema internacional afecta directa o indirectamente en la configuración del sistema educativo y el desarrollo de éste en su dimensión académica, pedagógica y presupuestaria. Comprender el Sistema Internacional, sus relaciones geopolíticas, las realidades socioculturales y económicas permite conocer las tensiones y oportunidades que pueden producirse en materia de alfabetización, tecnología e innovación en las distintas regiones del mundo y las diferencias que entre éstas acontecen.
Educar es un acto político que trasciende las fronteras del aula, la escuela y la universidad y enriquece, potencia y fortalece las sociedades locales y globales. Una educación pensada en el marco de un sistema internacional permite diseñar ecosistemas de aprendizaje que funcionen a lo largo de la vida, en todos los entornos, e incluyan a todos. Este incluir a todos requiere del trabajo conjunto de los distintos actores que construyen día a día los sistemas educativos del mundo: tomadores de decisiones de política pública, cancilleres, ministros, funcionarios; equipos directivos, autoridades, docentes, estudiantes y socios estratégicos como organismos internacionales, organizaciones de la sociedad civil internacionales, empresas, stakeholders, entre otros.
Promover una relación necesariamente cada vez más estrecha significa llevar a cabo en todos los niveles del sistema educativo, no sólo en el nivel superior:
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Desarrollar programas de liderazgo entre las áreas de educación y relaciones exteriores de los Estados.
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Intercambiar buenas prácticas en materia de formación docente entre países y organismos internacionales.
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Diseñar e implementar programas de movilidad e intercambio de estudiantes, docentes e investigadores en conjunto con países de la misma región u otras.
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Elaborar formaciones con doble titulación
Estas iniciativas tienen impacto directo en la calidad educativa de nuestras escuelas, universidades y centros de formación:
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Fortalecen el currículum
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Enfatizan la adquisición y desarrollo de competencias globales
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Potencian la multiculturalidad y la diversidad lingüística
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Fomentan la investigación conjunta y alianzas internacionales en temas vinculados a desafíos globales que hoy afectan al mundo como la inclusión social, el cambio climático, la ecología, la salud, el uso de la IA, entre otros.
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Construyen oportunidades de crear condiciones y habilidades para el desarrollo del aprendizaje y trabajo a lo largo de la vida.
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Mejoran las capacidades de las instituciones a nivel local y global para ofrecer más y mejores datos y conocimiento sobre el campo educativo y las áreas de innovación.
Una educación que se reconoce parte de las relaciones entre los Estados, es una educación que permite a sus actores expandir el conocimiento hacia nuevas formas de comprender el mundo, el modo en que vivimos, los intereses, debates y problemáticas que atraviesan las sociedad como también los puentes en común que habitan entre fronteras. Las relaciones internacionales constituyen una contundente posibilidad de apertura hacia los demás, al intercambio cultural que no sólo transforman vidas individuales, sino que también construyen lazos institucionales duraderos y contribuyen a una pedagogía abierta al mundo. No se trata sólo de viajar por diferentes países, conocer gente y ciudades, se trata de reconocer en cada acto educativo a un otro, sujeto de derecho, capaz de enseñarnos y aportarnos desde su perspectiva, cuál es la parte del mundo que queremos compartir. Esto implica una disposición a la colaboración, el diálogo y respeto entre los distintos actores que integran el sistema internacional.
Invertir tiempo, recursos, profesionales y sobre todo decisión política en estrategias de articulación de la educación y las relaciones internacionales, implica no solo invertir en programas de movilidad, sino también en el desarrollo de currículos con perspectiva global, en la formación docente para el trabajo en contextos internacionales y en la consolidación de políticas públicas que potencien las alianzas y redes educativas globales. Todos los actores que forman parte del sistema educativo, especialmente estudiantes, docentes y decisores tanto institucionales como de políticas educativas tenemos una enorme oportunidad de formar a los ciudadanos del mundo en estrecha colaboración con una política internacional que contribuya al desarrollo sostenible y la paz mundial.
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