Macri ya tiene su cepo, distinto al de CFK (el origen es el mismo: la “dolarmanía argentina”)

(Por Iñigo Biain) El tema de fondo nunca lo abordamos: qué hacer con la crónica dependencia que el país tiene de dólares y -sobre todo- con la virtual bi-monetarización de la cabeza de los argentinos. En una resolución de domingo, el gobierno restringe la compra de dólares: a empresas para atesoramiento y a particulares no más de US$ 10.000 por mes. ¿Vuelve el “dólar blue”?

Humor argentino: el control (parcial) de cambios se hizo meme por docenas ayer domingo.

Mauricio Macri debe sentir que un enorme sapo atraviesa su esófago rumbo al estómago. Y que ahí permanecerá croando por muchos años.

Él, que hizo bandera del levantamiento del cepo y que tuvo en esa medida -quizá- el único logro sustentable de su gobierno, tuvo que poner ayer la firma digital al pié del DNU 609 que restablece restricciones a la compra de divisas y su transferencia.

No es un cepo “a lo Kicillof” porque los particulares podrán seguir comprando dólares hasta US$ 10.000 al mes, cifra más que suficiente para “Doña Rosa”, pero sí es una medida que restringe el mercado de cambios: las empresas todas (y ya no solo los bancos) deberán contar con autorización del BCRA para enviar remesas a sus casas matrices y no podrán comprar divisas para atesoramiento.

Tampoco hay restricción de importaciones, pero sí un “apretón” a exportadores para que liquiden casi inmediatamente sus ventas al exterior.

También se limita la operación conocida como “contado con liqui” que consiste en comprar títulos o acciones en el mercado local, vendiéndolas luego en el exterior, una forma muy comúnmente utilizada para evadir el cepo de Kicillof. Anticipando este tipo de controles -posiblemente- el dólar contado con liqui había tocado los $ 65 el viernes.

Quizás frente a este restricciones resurja una suerte de “dólar blue” donde operarán aquellos particulares que quieran exceder los US$ 10.000 mensuales y operaciones de empresas que no estén totalmente “alineadas” con la AFIP. A priori, ese dólar no debería tener mucha diferencia con el dólar oficial en sus versiones bancarias minoristas.

Los particulares no tendrán restricciones para gastar dólares si viajan al exterior o hacer compras online fuera del país. Tampoco habrá ninguna limitación para que las personas saquen sus dólares (o pesos) de los bancos que -incluso- podrán extender el horario de atención si la demanda de sus clientes así lo requiere.

¿Y el tema de fondo?

La falta crónica de dólares que atraviesa a la economía cíclicamente tiene grandes componentes macroeconómicos (durante muchos años importamos más de lo que exportamos y casi siempre tenemos que enviar dólares de pago de deuda afuera), pero también un alto componente microeconómico: los argentinos ahorramos, nos cubrimos, guardamos, amarrocamos, atesoramos y -sobre todo- pensamos muchos bienes y servicios en dólares.

Obviamente esto no sería tan marcado si hubiéramos construido una moneda medianamente confiable. Pero como tal cosa no sucedió y nadie cree que vaya a suceder, estamos entrampados en un círculo vicioso que cuando no es urgente (cuando hay dólares) no abordamos y cuando no hay dólares (y es urgente) tampoco definimos porque el diablo de la política juega su partido también.

Dolarizar la economía (formalmente, porque en muchos tramos ya está dolarizada) suena fuerte y complejo. Construir un peso creíble llevaría décadas de una misma política monetaria. Avanzar en una moneda virtual como las UF de Chile (o nuestras UVA) podría ser un camino intermedio quizás viable con astucia y algo de regulación de contratos. Ir a una moneda del Mercosur con Brasil también es un camino interesante, pero a mediano y largo plazo, un tiempo que nunca hay en Argentina.

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